Mientras la mujer de sus sueños
se acuesta con otros hombres y las playas se llenan de preservativos, él
reprime el impulso de cortar con una lámina de acero la nariz que deforma su
rostro y las orejas en forma de radar.
Ella vivía en el piso doce y él
la saludaba desde abajo, como a una diosa, mientras maldecía la asimetría de la
relación.
En la desesperación del amor no
correspondido buscó la redención epilépticamente, como buscan la última gota de
aire, pincelados por los hematomas, los ahorcados.
¿Pero acaso no olvidará? Los tesoros escondidos en lo más recóndito del alma no resisten
la fuerza de la resignificación, del movimiento, que deja a los hombres
exhaustos.
Aterido, frágil, piensa en ella mientras camina los andenes del subterráneo y maquina planes siniestros.
El río en el que se ahogue lo
alejará todavía más de ella, y la desgracia proseguirá póstumamente.